martes, 25 de marzo de 2014

EN MEMORIA DE MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE


EN OTRO ANIVERSARIO DE SU ENCUENTRO DEFINITIVO,
CON NUESTRO SEÑOR, EL 25 DE MARZO DE 1991,
FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.

Monseñor Marcel Lefebvre



Monseñor Lefebvre fue un hombre escogido por Dios. Porque nadie pudo hacer lo que él hizo si no hubiese sido escogido por Dios. “Un hombre es grande solo cuando Dios le elije” (decía Ernesto Hello). 
A medida que transcurre el tiempo se ve más claramente, se distingue más claramente, cuál fue su misión, qué sabiamente y con cuántos sufrimientos la llevó a cabo – otra señal más de su elección divina- y por qué Nuestro Señor lo escogió, mejor dicho, cómo lo predestinó para cumplir esa obra de custodiar el depósito sagrado de la Fe. Si leemos su vida veremos en ella cómo Nuestro Señor le fue preparando para la terrible y gloriosa hora de defender a la Santa Iglesia. Terrible en cuanto a los padecimientos que debió soportar, y gloriosa porque la hizo por Cristo Nuestro Señor, y hasta el fin.
Sí, él defendió a la Santa Iglesia de siempre con el fuego de la fe, de la esperanza y de la caridad con las que Cristo le dotó para realizar esta dura misión, que aún perdura, no obstante algunos tratan de torcer de su verdadero destino, aquél fin para el cual fue creada: resistir en la fe hasta el fin guardando incorrupto su depósito.
Dios escoge el hombre para la misión que ha de encargarle y nadie puede torcerla de su único y auténtico destino. Por más talento o incluso por más “espíritu sobrenatural” que diga poseer. No son esas precisamente las señales de un espíritu recto, de un espíritu de Dios. “Carísimos, no creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios, porque muchos seudoprofetas han salido en el mundo. Podéis conocer el espíritu de Dios por esto: Todo espíritu que confiese que Jesucristo a venido en carne es de Dios; pero todo espíritu que no confiese a Jesús, ése no es de Dios, es del anticristo, de quien habéis oído que está por llegar y que al presente se halla ya en el mundo. Vosotros, hijitos, sois de Dios y los habéis vencido, porque mayor es el que está en vosotros que quien está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo y el mundo los oye".
"Nosotros somos de Dios. El que conoce a Dios nos escucha; el que no es de Dios no nos escucha. Por aquí conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error". (1 Juan, 4, 1-6).
"Hijitos, esta es la hora postrera, y como habéis oído que está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho manifiesto que no todos son de los nuestros." (1 Juan 2, 18-19).
Nadie puede desviar una obra de Dios de su fin sin traicionar la obra querida por Él. Por más buenas intenciones que diga poseer quien lo intente, sin traicionar con ello la esencia de la obra, de la tarea que Dios le impuso y, además, colmó de las gracias necesarias para llevarla a cabo. Solo el hombre -desgraciadamente los hombres tenemos ese poder- podemos rechazar la gracia divina asumiendo que nosotros podremos “hacerlo mejor y más inteligentemente" con nuestros pobres medios humanos. Pero, “la gracia rechazada si no convierte, pervierte.” Decía alguien que solo balbuceaba: “estar en el camino hacia Dios”.

Monseñor Lefebvre, en esta hora de tinieblas,
intercede por nosotros ante Nuestra Señora,
para que Ella apresure
el triunfo de su Inmaculado Corazón. Amén.