lunes, 31 de marzo de 2014

LAS RAZONES DE MONSEÑOR LEFEBVRE (1)

Comenzaremos aquí, en una serie de entregas, 
a publicar las razones expuestas 
 por Monseñor Marcel Lefebvre a las autoridades de Roma 
luego del Concilio Vaticano II - del cual formó parte él también - 
para realizar este combate por mantener la fe de siempre. 
La defensa del Depósito sagrado que los Apóstoles recibieron de Cristo mismo y el cual entregaron luego a sus sucesores, para continuar enseñándolo a la naciones y  guardándole celosamente a través de los siglos.


Monseñor Marcel Lefebvre




  INTRODUCCIÓN



Después que el obispo de Friburgo (Suiza) condenó en mayo de 1975 la obra de Ecôney la Hermandad Sacerdotal San Pío X, a pedido de la Comisión de los tres cardenales —Garrone, Wright y Tabera— originada no se sabe cómo, escribí al Papa Pablo VI diciéndole que si la condena se refería, según dicen, a puntos de doctrina, tendría que haber afectado nada más que a mi persona y que la causa debería haber sido juzgada por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Esta petición, por las necesidades de la causa, había quedado sin respuesta. Se esperaba la desaparición de la Obra, lograda por un simulacro de juicio y una condena ilegal. La Secretaría de Estado debía temer que el ex Santo Oficio fuese todavía demasiado honesto y demasiado tradicional para remitir la causa a esa Congregación.

Sin embargo, los años pasaron. El abuso de poder era tan evidente que la opinión pública manifestaba día a día mayor simpatía hacia las víctimas. Roma condenaba su Tradición y con tales procedimientos, sobre todo en el momento de su autodestrucción visible a todo espectador imparcial, esto ya resultaba excesivo.   [. . .]

El 28 de enero de 1978, el Cardenal Seper, Prefecto del ex Santo Oficio, remitió a Ecône un frondoso cuestionario. (1) [. . .]

Los lectores [. . .] sacarán sus propias conclusiones. Donde nos parece oportuno damos algunas informaciones y explicaciones.

Visto que en 1978 hubo dos cónclaves hemos pensado [...], sería útil transcribir las cartas enviadas a los cardenales.

Nunca tuve la pretensión de representar a todos los católicos fieles a la Tradición de la Iglesia.   [. . .]

Sin embargo, no puedo dejar de pensar, con toda sinceridad, que estos co-loquios tienen valor histórico porque son eco de una oposición profunda, que se remonta por lo menos al Concilio de Trento, entre la doctrina católica y el liberalismo protestante, entre la fe católica y el naturalismo racionalista y masónico.   [. . . ]

Di, en esencia, esta respuesta: "Señores, conocéis la historia de la Iglesia de los últimos siglos con un conocimiento tan grande o mayor que el mío. Esa historia os permite saber que existe esta división en la Iglesia desde hace, por lo menos dos siglos, entre católicos y liberales. Estos últimos han sido siempre condenados por los Papas hasta el Concilio Vaticano II, en el cual, por un misterio insondable de la Providencia, los liberales han podido hacer triunfar sus ideas y ocupar los puestos más importantes de la Curia Romana. Cuando pienso que estamos en el recinto del Santo Oficio, testigo excepcional de la Tradición y de la defensa de la fe católica, no puedo dejar de pensar que estoy en mi propia casa [. . .] La Tradición representa un pasado tan inconmovible como esta casa; el liberalismo no tiene fundamento y pasará. Algún día, la Verdad reconquistará sus derechos." [. . . ]

La empresa de la restauración de la Iglesia por medio de su Tradición es ciertamente indispensable para la salvación de las almas.

No obstante, no podrá llevarse a cabo sino mediante un auxilio extraordinario del Espíritu Santo y la intercesión de la Bienaventurada Virgen María. En consecuencia, por la oración y especialmente por el Santo Sacrificio de la Misa alcanzaremos esa tan an­siada renovación.



Monseñor Marcel Lefebvre 

Ecône, 23 de febrero de 1979.




(1)    Al que contesta la carta del 26 de febrero de 1978.